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Acercamiento a una Mirada Estética de niño/a para una Pedagogía de lo Sensible




Dra. María Teresa Ortega. Profesora Emérita de la Universidad Nacional Abierta, con larga trayectoria docente e investigación, principalmente en educación infantil. 



La misma autora presenta su propuesta:
Este artículo se desprende de una investigación realizada en el marco del Doctorado en Educación de la Universidad de Oriente de Venezuela, cuyo propósito central fue construir claves teóricas que orienten una pedagógica de lo sensible donde haya cabida a una mirada estética de niño y niña, cuyo transitar pasa por interpretar las ideas fuerza que determinan la concepción legitimada de infancia a fin de abrir el pensamiento y la pedagogía a otras significaciones, dilucidar acerca de los dispositivos pedagógicos constitutivos de la episteme moderna y transversar distintas posturas epistémicas como posibilidad de una pedagogía de lo sensible. De allí que se emprende una reflexión hermenéutica que gravita alrededor del constructo mirada, como emplazamiento discursivo donde se asienta lo visible y lo enunciable de las cosas. 

Dentro de este panorama se desarrolla una búsqueda nacida de la perspectiva autorreferencial enmarcada en el ejercicio formativo docente, donde es posible observar la síntesis de esa imagen de la infancia imperante en nuestra sociedad y en el discurso pedagógico. Emerge así un escenario teórico que representa un reto ante la verdadera condición infantil, al conjugar un dialogo entre la razón sensible, la complejidad y el perspectivismo, para re-mirar al niño a la niña, desde la estética a fin de construir una pedagogía diferente para la educación infantil.


Comenzar la discusión que nos convoca comienza por mirar la interpretación que los adultos hacen del niño, configurada como múltiples visiones elaboradas desde ámbitos como la política, el derecho, la psicología, la educación y otras. Aquí, la influencia de la razón moderna sobre la pedagogía tiene como resultado una concepción de sujeto de la educación a intervenir y socializar, con base a la mirada del niño como ser adulto, como hombre ilustrado. De esta manera, se profundiza la idea de dependencia de éste hacia el adulto y se emprende "la conquista del sujeto-niño" (Gimeno Sacristán, 1999:204) en el proceso escolar, configurando un aparato formativo donde se justifica el uso de procedimientos que participan de una visión aséptica, suprahistórica y disciplinar, distanciada de otras miradas del niño y su contexto.

A partir de esa prefiguración de los conceptos de niño/niña y de pedagogía se dispone el encuentro educativo como parte de una trama de relaciones para la enseñanza, armada de cánones técnico-instrumentales que postulan objetividad, certeza absoluta y verdad. Queda clara la correlación infancia-educabilidad-poder bajo los influjos de la razón moderna, instalada sobre relaciones de autoridad y legitimación y de acciones restrictivas y coercitivas dirigidas a modelar voluntades y pensamientos. Tales estructuras sustentan una praxis que transversa la subjetividad del niño.

Ese control riguroso de la totalidad del espacio educativo garantiza la sujeción del niño y le “imponen una relación de docilidad-utilidad” (Bernstein, 1998:126) a través de un discurso pedagógico regulador creando pautas de orden social dirigidas al gobierno de los cuerpos, las mentes y expresiones de los sujetos escolarizados, dentro de un escenario de vida regulado. El niño en su papel de sujeto a ser educado resulta parcelado, explorado, articulado, compuesto y recompuesto a partir de una pedagogía que normatiza lo que debe hacer, cómo debe operar, las técnicas, la rapidez y la eficacia necesaria. Como resultado de esta visión, la escuela absorbe al niño en sus particularidades y le impone representaciones que dejan huella en la constitución de su propia subjetividad al institucionalizar una mirada fragmentada que "corta, separa y funciona en el vacío sin referencia con lo real" (Maffesoli, 1997:38), olvidando otros aspectos igual de constitutivos del ser. 

Ante todo lo expuesto, es necesario asumir una postura crítica frente a la racionalidad técnico-instrumental y dar paso al niño impredecible y complejo, asumiendo una concepción del sujeto educativo que tome en cuenta a esos seres reales, con aspiraciones propias y que “en muchos casos no se acomodan a la idea que los adultos se habían hecho de ellos." (Gimeno Sacristán, 2003:19). De modo que comprender al niño implica mirar esa potencia creativa y mutable de un sujeto ávido de experiencias y dispuesto a la creación y la expresión, para verlos como esos “seres infantiles, neuróticos, delirantes y racionales”, que participan de ese homo complexus donde sensibilidad y juego, constituye lugar de encuentro para la creación, la magia y la libertad, que postula Morín (2000:63).

Para provocar el quiebre del sustrato lógico racional moderno, es imperiosa una mirada que asuma lo contradictorio, lo simbólico, lo imaginario, lo poético y lo inacabado. Se trata de una razón que pueda participar del dinamismo y la labilidad de la vida permitiendo la interconexión de aspectos y dimensiones antagónicas, a partir de la razón interna del objeto. En este contexto, la estética como "fuerza empática" (Mafessoli, 1997) ofrece coherencia a elementos que se presentan contradictorios o paradójicos y responde a una "organicidad que existe entre el cuerpo y el espíritu, la naturaleza y la cultura, lo material y lo inmaterial" (ob.cit.:91).

La estética como razón amplia y abarcante, se mueve a manera de abanico de posibilidades nunca acabadas y siempre en movimiento, a modo de pensamiento emigrante que permita transversar lo sensible, lo complejo y lo singular en el escenario escolar a fin de que ese sujeto sensible interprete su mundo y a sí mismo, en una indisoluble relación entre subjetividad y contexto. Esto significa, de acuerdo con Maffesoli (1997:72-73) un tránsito en nuestro punto de vista, un cambio de “una toma de posición cosmológica o antropológica”, asumiendo la multiplicidad de lo real. Esta transformación del pensamiento requiere que la pedagogía se desplace desde un mundo de las relaciones fijas e inmutables, a otro donde gobierne una nueva lógica de la infancia con actitud reflexiva y comprometida por parte del docente.

A partir de ese escenario, se abre la posibilidad de configurar una nueva concepción de niño, tomando partido por una sensibilidad otra, con el rescate de aspectos del ser-infantil ignorados por la razón moderna, para dar estatus ontológico a la estética a partir de una razón donde sujeto educativo y sujeto educador trasciendan las brechas que deja abierta la crisis de la razón tecno-instrumental moderna. Esto equivale a alejarse de la mirada adulta que desde lo externo interpreta a la infancia, para establecer otra percepción ahora desde un punto de vista diferente ubicado en el niño y niña, para repensar categorías fundantes de la tarea educativa como son: sujeto educativo, docente, juego y aula infantil con la articulación de dimensiones como: pluralidad, diversidad, sensibilidad, creatividad, sorpresa, ruptura y poesía. Para ello, la razón debe emprender la construcción de un nuevo imaginario fundado en una estética de lo sensible (Maffesoli, 2004) y en la transformación del pensamiento simplificador.

Se trata de un quiebre epistemológico de las restricciones impuestas, para abrir los marcos de referencia desde donde imaginamos el mundo. Por ello, más que prefigurar, se trata de apostar a un pensamiento que invita a la experiencia, al acontecimiento, a la sorpresa, mediante el reconocimiento de la singularidad de la niñez y de una nueva sensibilidad. La estética en tanto potencia transformativa, otorga movimiento y posibilidad a la práctica pedagógica, a través de otras lógicas de sentido que resignifican al hombre y su mundo de vida. De allí, la estética avizorada propulsora de pensamientos para la recuperación de la conjunción de lo sensible y lo racional, en cuanto potencia transformadora, mediante el énfasis en la intersubjetividad del corpus social, amplía la conciencia y pensamiento hacia un mundo sin restricciones apriorísticas, de forma que aflore su real naturaleza. Es una razón sintiente y abierta (Maffesoli, 1997).

La estética en este escenario posee un potencial capaz de transformar nuestra forma de mirar, trascendiendo categorías lógico-discursivas imperantes y abrir la pedagogía a nuevas prácticas que consideren lo diferente, lo excluido y/o lo incomprendido del ser-infantil. Esta interpretación trasciende nociones, visiones, conceptos insuficientes y mutiladores para abrazar a los niños, en tanto seres distintos y particulares, plenos de vida, activos observadores y experimentadores de todo lo que les rodea. Nuevo pensamiento que deberá ser construido a partir de un nosotros, donde cada uno formamos y (con) formamos relaciones, en las cuales conocemos, miramos y nos encontramos. Todo lo cual, exige “la configuración de espacios que constituyan un campo de estructuraciones de lo social, dotadas de sentido, de una lógica y de una virtualidad” (Córdova, 1995: 62).

Por tanto, re-pensar la educación infantil, requiere construir espacios de compromiso y el respeto a la infancia dentro de una configuración cultural colmada por “la irrupción de otras subjetividades, de otras sensibilidades y experiencias individuales y grupales” (Téllez, 2000:205). La invitación es a reinventar la escuela, la pedagogía y brindar la oportunidad de repensar las categorías pedagógicas que activen ese dispositivo de fuga que encarna la estética.

Proponemos construir una pedagogía estética de la infancia, donde prevalezca lo afectivo y se instale la sinergia de la razón con lo sensible. Esto permitiría la superación de las categorías de la modernidad y ampliaría la mirada para alcanzar una transformación del pensamiento, que incida en la manera cómo la pedagogía ve a los niños. Sin embargo, el sistema educativo venezolano infantil enfrenta el desafío de trascender la racionalidad tecnoinstrumental, que aún subyace en los discursos curriculares. Esto requiere un ejercicio de deslegitimación de lo que aún regula, normaliza y fragmenta la concepción de niño/niña, pero sin la seducción de lo prefigurado. Significa, entonces, una visión de escuela y de infancia que no se proponga una finalidad, no aspire a nada predeterminado y se abra a la sorpresa, a lo mágico, a la posibilidad de conectarse con otras miradas, otros pensamientos u otras formas de acercamiento a la infancia.


Referencias

Bernstein, B. (1998). Pedagogía, control simbólico e identidad: teoría, investigación y crítica.  Madrid: Ediciones Morata.

Córdova V. (1995). Hacia una sociología de lo vivido. CEP-UCV. Caracas: Tropikos.

Gimeno Sacristán, J. (1999). Poderes inestables en educación. Madrid: Morata.

Gimeno Sacristán, J.  (2003). El alumno como invención. Madrid: Morata.

Maffesoli, M. (1997). Elogio a la razón sensible. Una visión intuitiva del mundo. Buenos Aires: Paidos.

Maffesoli, M. (2004). Yo es otro. En debates sobre el sujeto. Perspectivas Contemporáneas.-UCV. México: Siglo XXI Editores.

Morín, E. (2000). Los siete saberes necesarios a para la educación del futuro. Caracas: UNESCO-CIPOST-UCV.

Téllez, M. (2000). Entre el panoptismo y la visiónica. Notas sobre la educación en la videocultura. En Otras miradas, otras voces. Repensando la educación en nuestros tiempos. Magaldy Téllez (Comp). Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.

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